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La escritura de Salvador Lera es eso, escritura, y como tal no soporta bien su conversión en otras palabras, por más que ella misma, testigo y leyenda, sea texto que da cuenta de otra cosa; pero, ¿qué cosa?, habrá que preguntarse.El borboteo rítmico, atractivo, de las palabras de testigo y leyenda (un itinerario) nos coloca en el estado de sentir que no tendrá fin, no lo tiene, y que va a sonar por encima de nosotros, de lo que somos capaces de articular al leer, como si se tratara de un fenómeno autónomo, humanamente cósmico (natural).Su disposición en minúsculas ya evita o disimula los topes gráficos reforzando la fluidez. A mí me resulta imposible leer este libro despacio, hay cierta precipitación del sonido que aspira las imágenes y las ideas llevándolas a su caudal. Ahí, en el caudal, es donde sucede la lectura.Imagino la puesta en voz de este libro en un espacio amplio, de grandes dimensiones o suficientemente oscuro como para no ver sus límites. Allí, distribuidos de un modo poco regular, habrá distintos puntos desde los que la voz se entregará a la letra con distintos ánimos: más calma, más incisiva, casi mudaà En realidad, se trata de voces, son varias. En este ambiente, el libro no es algo en lo que se entra y se sale, pues eso da lo mismo, sino un espacio de la palabra en movimiento, un lugar para vivir, siquiera por breve tiempo.Voces que dan vueltas a una materia primordial y dura, contando siempre con los mismos elementos, reconfigurados cada vez en nuevas frases que, más allá de su significado concreto, de aquello que esforzadamente se empeñan en alumbrar, resultan tónicos para la misma voz y para eso que ella no sabe y dice saber.Un libro hermosamente difícil porque no admite resumen. Hay que pasar por todos los meandros por los que la lengua se entrena. Un libro, entonces, para la boca, para el cuerpo, mucho más que para el espíritu. Solo existe en tanto que suena, y ojalá que suene. La belleza de una formación temporal, autoalimentada, que se regula por la medida y por el ritmo; el breve epílogo, leyenda, exterioriza esa arquitectura regular que siempre está presente, aunque se disimula en la prosa.Por supuesto, podría ser un manual, libro de iniciación para una subida o descenso a algún lugar del alma (se cita a Juan de Yepes). Aunque acaso resulte, simplemente, la transcripción minuciosa de los gestos del pensamiento ante aquello que no se puede pensar sin muchas palabras porque siempre da la vuelta, siendo tal proceder descriptivo un rasgo poético materialista y contemporáneo. O así lo leo yo.Javier Codesal