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Dos hombres, una mujer y la huella imborrable del tiempo. La tercera obra de Márai en abordar estos elementos universales -la escribió en 1940, después de Divorcio en Buda y La herencia de Eszter y antes de la sublime El último encuentro-, culmina asimismo con un conmovedor duelo verbal y psicológico, de múltiples connotaciones, que invita a la reflexión. Y aunque en esta ocasión Márai haya escogido un personaje histórico como Giacomo Casanova, el desarrollo de la narración deja bien claro que, más allá de su dimensión real, el famoso gentilhombre veneciano representa el arquetipo del aventurero intrépido, amoral y sin escrúpulos, un símbolo del hombre que, en su afán por encontrar la felicidad, destruye los medios para alcanzarla. Fugitivo de la justicia, Casanova se refugia en Bolzano, ciudad donde reside la única mujer que ha amado en toda su vida. Pese a los años transcurridos desde que perdió a Francesca en un duelo con el conde de Parma, el gran seductor nunca ha podido desprenderse del anhelo de poseer a la otrora bellísima joven. Ahora, el destino pone en sus manos la gran ocasión de saciar su deseo insatisfecho: el conde, viejo, cansado y temeroso de perder a su mujer, que sigue enamorada de Casanova, le ofrece dinero y libertad a cambio de decepcionar a Francesca, para lo cual el cínico y superficial mujeriego deberá, en el transcurso de unas horas, realizar la actuación más difícil de su largo historial donjuanesco. Al caer la noche, mientras Casanova se prepara para acudir al baile de máscaras, Francesca lo sorprende presentándose en su aposento. Antes del alba, con el único instrumento de un discurso sincero y apasionado, la amante ingenua despojará al curtido aventurero de todas sus máscaras, obligándolo a enfrentarse con el terror del vacío, la soledad y el exilio.